plazoleta

Firmes, media vuelta, marchen

José Antonio Figueroa Lee

Sinaloa Tierra hermosa, Tierra fértil. Tierra de montañas. Montañas  de la Sierra Madre Occidental. Toda una cadena de cordillerasabruptas llenas de bosques, de  pinos, encinos u ocoteros. En las crestas de esta majestuosa serranía y en sus  barrancas, el clima es frío. Tan frio como el corazón y la esperanza de sus pobladores, que poco han tenido que abandonarla para poder sobrevivir. En invierno, se cubre de sábanas blancas, de hielo y nieve. En verano es fresco. De allá, serpenteando con sus aguas frescas, bajan conformando once ríos que recorren a veces jugueteando a veces como furioso, su geografía. Dan fruto de vida, alegría y belleza. También de muerte, tristeza y destrucción, en tiempo de aguas.En aguas y secas, el Hombre  y  su creación, el estado, también tienen importante aportación de lo mismo y quizás,más grave. Recuérdese, el vuelo del Cóndor. De esas once corrientes, el Humaya y El Tamazula, en su Unión frente a la Isla Oraba donde se aprecian los más bellos atardeceres de rojos púrpura y lumbre, nace el Culiacán. Culiacán, la capital emblemática de esta tierra de preciosas mujeres y hombres que deben enriquecer, su hombría.

En Culiacán, está la sede estatal  del Partido Revolucionario Institucional. Ahí por el Boulevard Francisco y Madero. Donde cierta vez hubo un edificio de arquitectura griega, llamado La Casa del Pueblo. En ese inmueble,  en los tiempos en que el invencible partido usufructuario de los colores nacionales tenía autoridad moral con sus militantes, ahí, sesionaban los trabajadores con sus sindicatos. Tiempos de cuando había comunión, entre el Partido y sus componentes. Caí la tarde,de ese trágico día para la clase política local, que alrededor de  dos que tres personalidades, habían construido una carrera y plataforma política electoral aceptable con trabajo y dedicación, buscando la más anhelada aspiración, el gobierno de Sinaloa. Los azules plomos, los plomos tirando a gris, entre los añiles débiles que intentan ennoblecer el crepúsculo semanasantero  del cielo culiacanense, van llegando, se reúnen, uno a uno, políticos y sus seguidores, hombres públicos, de esta y anteriores generaciones, sorprendidos por la decisión Sinaloa.

Incredulidad y pasmos. La pesadilla de lo absurdo, se pensó. El enojo sustituyó el fervor partidario. El calor de la lealtad auténtica y no pagada, raro en este prototipo de almas, desapareció, como la fantasía de un juego político terso, fresco y democrático. Como respetar más de lo mismo. ¿Hay alguna diferencia en los últimos cincuenta años entre el PRI de Luis Echeverría, de López Portillo, de Miguel de la Madrid, de Salinas de Gortari, de Ernesto Zedillo, o el PAN de Vicente Fox, de Felipe Calderón o del PRI del actual Presidente Enrique Peña Nieto? Cuanta desolación produce el que un joven gobernante en la cima del poder, retarde la  transformación política sustantiva, que llegará un día pese a la necedad y la fuerza del estado o por un proceso dirigido con talento.

En un sistema así, distanciado y ajeno a la ética contienda de talentos y capacidades, no es posible vibrar como político. Menos cuando la operación indignamente llamada operación cicatriz está en marcha, al grito de firmes, media vuelta, marchen, por la derecha.  Seguiremos en espera quimérica, a pesar de la edad y la realidad nada optimista, de  hombres y mujeres, que amando la política, al enamorarse del poder como medio para servir, caminen por el sendero de los hombres y mujeres que aprecien más el honor, que la traición a las convicciones. Felicidades.

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