San Politikón

La delgada línea, a veces imperceptible, entre libertad y libertinaje de expresión.

Por Juan Manuel Pineda

 

La muerte de Gabriel García Márquez, avivó y agigantó, en el mundo, la trascendencia de su obra y trayectoria.

Para contextualizar la línea, a veces imperceptible, que separa –debe hacerlo- la libre expresión del libertinaje de expresiones, asumo como válido partir de una reflexión del Premio Nobel de Literatura en 1982, quien en un artículo publicado en julio de 1981, asentó: “Siempre me he considerado un periodista, por encima de todo”.

La connotación del ser periodista, para García Márquez fue más allá del simple ejercicio cotidiano del oficio y/o profesión: como la democracia misma, es una forma de vida.

Sin menoscabo de lo que en octubre de 1996, en una conferencia ante la LII Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa. García Márquez denominó “El mejor oficio del mundo”, hoy fortalece su pertinencia el exhorto de GABO: “Los periodistas deberían hacer un minuto de silencio para reflexionar sobre su responsabilidad”.

Llamado válido para periodistas, sí, pero también para los dueños de los medios de comunicación social porque, para bien o para mal, según se valore, son consustanciales.

En esa conferencia, “El mejor oficio del mundo”, el escritor colombiano –periodista por encima de todo, como se definió- alertó sobre el daño que puede causar el periodismo: “Nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio”.

 

Ya entonces, García Márquez se refería: a las “manipulaciones malignas”, a los “equívocos inocentes o deliberados”, a “los agravios impunes”, a las “tergiversaciones venenosas”; entre ellas, “el empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas”.

Desde cualquier trinchera periodística, lo deseable es que asumamos, periodistas y dueños de las empresas, la invitación de García Márquez a “hacer un minuto un minuto de silencio para reflexionar sobre su responsabilidad”.

Y una primera reflexión tiene que abrevar en el pensamiento de García Márquez:“La mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor”,

En el llamado periodismo de provincia, particularmente de Sinaloa, el monopolio de empresas periodísticas -al amparo de la libertad de expresión- ha venido incrementando el nivel de insidia hasta caer en el pernicioso libertinaje de expresiones, para erigirse como poderes fácticos y contrapesos de los Poderes constitucionales.

Como buitres revoloteando, empresas periodísticas y quienes detentan el poder político han creado sociedades desvirtuando el quehacer y la responsabilidad social de unos y otros, anteponiendo, sí o sí, el interés económico.

Esas sociedades se han convertido en peligros sociales, por los explosivos mensajes mediáticos que, en no pocas ocasiones, son auténticos boomerang agraviando a quienes integran la primera fila del frente de batalla, auténtica “carne de cañón”: los reporteros.

Desvirtuada la sana distancia prensa-poder, hecha pedazos la ética periodística y la función social del quehacer periodístico, se ha roto aviesamente esa delgada línea entre la libertad de expresión y el libertinaje de expresiones para destruir trayectorias –principalmente políticas-, avasallando y pisoteando a cuantos se opongan a intereses particulares y de grupos de poder.

Sin contemplaciones, al más puro estilo de los capos, juzgan y sentencian utilizando a reporteros como ejecutores.

García Márquez, siempre sostuvo: «En el oficio de reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad”.

Sin embargo, sin más dicho que el suyo o el que de momento otros expresen convenientemente a sus intereses, los directivos de las empresas periodísticas difunden que tal o cual personaje “es ratero”, que es “responsable” de cualquier atrocidad, se tergiversa información, etcétera, sin ofrecer pruebas contundentes para, como se dice coloquialmente, “llevar agua a su molino” agraviando, de paso, a la sociedad a la que, en teoría, deberían servir.

En medio de los atropellos a la libertad de expresión, y en pleno desenfreno del libertinaje de expresiones, se da cabida en los medios a los aventureros del periodismo, ansiosos de protagonismos, falsos paladines de la justicia, que aprovechan la coyuntura para dar rienda suelta a fobias personales, juzgando y sentenciando, como la Santa Inquisición.

La función social del ejercicio periodístico, es directamente proporcional a la vocación y ética del periodista y de quienes dirigen a las empresas. Aquí, es recomendable reflexionar también sobre lo que García Márquez dijo a Miguel Fernández Braso, quien lo publicó en un artículo “Una Conversación infinita” en 1968, en Madrid: “Los directores del periódico colocan a los reporteros en la escala de los aprendices, y cuando de veras aprenden y su lenguaje deja de ser pobre, los asientan a arreglar el mundo en un escritorio, desde donde es más fácil llegar a ser diputado que escritor”.

 

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