Sinaloa

Plazoleta Un luto humano.

(Por José Antonio Figueroa Lee).  A Sinaloa y Culiacán en lo especial, a nuestra tierra, la veíamos como una gran tierra. Como un  Lugar de privilegio. De bellezas y recursos naturales que despertaban nuestro orgullo, la enriquecíamos con nuestra esencia, como tierra habitada por mujeres hermosas, leales y fieles, de carácter recio, afanosas, virtuosas, amorosas madres y compañeras, de hombres bravíos, honrados, valientes, trabajadores, hospitalarios y de corazón romántico y noble.

Éramos, fuimos modestos en las pretensiones materiales, en la sana medianía como dicen que dijo Juárez, pero seres dignos. Solidarios con el dolor y la tragedia ajena. Teníamos sentido de pertenencia social y humana. Nos daba vergüenza lo robado. Incumplir con la palabra. El honor de la familia o el nombre limpio.   No se hablaba del estado, pero si del gobierno. Al gobierno se le respetaba. Se le quería. La autoridad tenía autoridad, moral. Bajo estos parámetros axiológicos, se gobernaba. Y los negocios, se circunscribían. Teníamos valores sólidos. Fuimos decentes. Eso éramos. Eso fuimos.

¿Dónde nos perdimos? Paisajes bellos. Montañas hermosas, con ríos serpenteantes que invitaban al campamento y convivencia familiar.  Lagunas y mares, con mangles y fauna propia, que incitaban al paseo y deporte sano. Y nuestras ciudades, como Culiacán, asentadas a las márgenes de sus ríos Humaya, Tamazula y Culiacán, con su bella arboleda, de sauces, álamos, guamúchiles eucaliptos y robles, que se esparcían regios y erguidos, por las calles Carranza, Sepúlveda, Serdán, Corona, Andrade, Victoria, Bravo, Robles, Zaragoza, Buelna, Ángel Flores, Hidalgo, Juárez y Escobedo. Los dilapidamos, a cambio de pavimento y  naranjitos traídos de Hermosillo Sonora.

Disfrutábamos de nuestros espacios naturales, pueblos y ciudades.    Hoy han dejado de ser nuestros. No se puede salir de paseo. Se está en real riesgo. Es una temeridad. Lo más triste. Que a nadie le importe nada, lo que le pase a otro. Una humanidad vacía. Simulación. Formalismo. Utilidad y convencionalismo. Fotos e informes. Cifras. Como si el dolor personal y las tragedias colectivas, se pudieran poner en sumarios.

Hay leyes para regular nuestra conducta. Pocos las obedecen. Y quien lo hace, ve con tristeza, que el que se anima, el antisocial, hace lo que quiere. Porque lo puede y porque se anima. Y no hay autoridad que le llegue. Menos que lo sancione. Hay vacíos crónicos en el desempeño de atribuciones de las autoridades diversas. El vacío de autoridad, de la aplicación de las leyes, es el más grave. Ahí el camino social, se pierde. Y solamente la presencia  de nuestro ejército, inhibe el deficiente ejercicio gubernamental, que se traduce en anarquía, cada vez más.

Veíamos a un presidente por Guerrero, Oaxaca, Veracruz, entre la lluvia y el lodo. De cara a los damnificados por los fenómenos naturales. Pero de Sinaloa, nada. Ahogándonos en agua y lodo, y como si no existiéramos.  Como si fuéramos una tierra extraña.  Al fin, en domingo, alguien seguramente le dijo al presidente, sobre la conveniencia de atender a cientos y miles de sinaloenses, que sacaban el bagaje doméstico al aire y poco sol.   Los sinaloenses nos decíamos, ¿nosotros qué, por qué no?

Desde hace tiempo somos damnificados políticos. Un sistema político y público, que ha causado, que causa daño, a quien debe proteger. Debe garantizar vida colectiva con bienestar.  Se gobierna y se damnifica, ocasionando no por el sistema, sino por quienes operan los órganos del sistema político, el grave daño de carácter colectivo, que se ha producido a la nación. Se requiere, un ejercicio público que muestre en los hechos,  las mejores reglas para una concepción acertada a nuestras condiciones de la  política, con los más adecuados principios al gobernar, con las formas humanas y jurídicas, que permitan una realidad de convivencia social, dentro de cuantificaciones aceptables.

Se ve a un presidente, al cual, el cansancio parece llegarle. Presiones nacionales. Jaloneos internacionales. El País está tal, que su naciente liderazgo parece debilitarse. A sacar la casta, nos dijo. Lo mismo le decimos. Puede ser una utopía, pero es una esperanza, en un país damnificado en su humanidad, y que la naturaleza vino a lavar avergonzada, la sangre derramada, de tantos mexicanos, jóvenes en su mayoría, que hacen de ese holocausto, un luto humano.

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